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martes, 9 de febrero de 2010

de perdones, heridas y otras yerbas...

A veces herimos sin quererlo. Pensamos que estamos mandandonos una boludez sin importancia, y no es asi. Ofrecemos casi al descuido las disculpas pertinentes y cerramos el capitulo pensando que ya esta. Que ya fue. Pero el otro queda, y piensa, y siente, imagina y sufre. Quizas sufra solo su amor propio, o su orgullo, o su dignidad. Quizas sufra mas profundo, y piense que su confianza fue traicionada, o que el mismo lo fue.
Nosotros nos vamos entonces casi alegremente, con nuestra sonrisa en los labios, confidentes en la fuerza de nuestro argumento y nuestra disculpa. Honestamente nos vamos, porque realmente estamos convencidos de no haber hecho nada tan grave... El que queda reflexiona, y se enoja, y nos desea al otro lado del planeta. No comprende como fuimos capaces de hacer tal cosa. Como es que fuimos capaces de tal duplicidad.
Y finalmente, los que nos fuimos abrimos nuevamente la puerta. Conscientes de que todo puede irse al demonio, sabiendo que caminamos la cuerda floja, igual la abrimos.
Y ahi, en la respuesta dolida del otro, comprendemos. Entendemos la bronca contenida por tanto tiempo, la incomprension ante la supuesta falta, y las ganas de mandar todo al demonio. Las disculpas siguen casi ansiosamente, y exhalando el aire contenido, vemos que son aceptadas.
No es facil esto de las relaciones humanas. No es facil ser honesto. Tampoco lo es abrirse al otro porque, que derecho tiene sobre mi? Ninguno. Solo algo intangible, incomprensible, ilogico, que nos hace hacer y decir.
Este es el problema con abrir puertas, y dejar entrar. Al cabo de un tiempo, siempre pueden irse. Y nosotros quedar.
Pero hoy... hoy no hablo de finales. Solo de comienzos. Y de puertas abiertas.

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